crece el monólogo incesante.
Los sábados son los días de matadero
bestiales y crueles
marcados por ladridos matutinos,
borrados de mi calendario.
No existo los sábados.
Los sazono con menta y sandía,
y triples dosis de café con leche.
Experimento una angustia letal.
Ya no sonrío los sábados.
Cesaron las tardes maratónicas
de carcajadas y litros.
Se vencieron las monótonas canciones
y repetidos cocteles,
el falso halago de borrachera,
las mismas historias contadas de memoria,
los playlists biográficos.
Se vaciaron los sillones
de culos cómodos y felicidad efímera.
Memorias de manjares abundantes,
el exceso, el bullicio
los planes de after party.
Hoy parece velatorio.
Y justo los sábados
tienen un aroma a silencio,
a encierro y sepulcro.
Los sábados me mezclo entre la gente
para parecer turista y normal.
Hago listas inútiles de cosas
que no necesito.
Tengo pretexto para salir
a observar el mundo
en tenis.
Todos son felices,
amables y veloces los sábados
excepto yo, mi etereidad
y mi ausencia.
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