miércoles, 7 de diciembre de 2016

Fran

Fue el estallido de aquella gramola,
el que nos hizo entrar y fundirnos en aquel lugar.
Yo buscando brújula y protección.
Él terminando de armar su vida en aquella esquina.
San Miguel arcángel, me lo advertiría unos kilómetros antes.
Por aquellas calles conocería el sol y las estrellas,
toda una galaxia,

en un par de ojos esmeralda.
¿Cómo es que se hace uno infinito en tan poco tiempo?
¿Cómo es que se extraña una vida entera sin siquiera vivirla?
Y yo ahí, encantada y quieta,
observando el mundo a través de un mar en calma.
Saboreando la vida en sorbos dulces de aguardiente,
escondiendo las horas,
olvidando el abecedario de viaje,
confesándome en un baño,
haciendo trueques con la fe,
pidiendo mil y una noches como aquella.
"Es que toda la vida he esperado,
ver esa luz, ese universo en armonía
condensado en un ser humano", me decía.
Allí estaba él,
esperando paciente,
con tres monedas en mano
para la próxima ronda cómplice de canciones,
para reír de nuevo
y derretir el hielo de mi corazón con sus dedos.
"¿Cómo se puede ser tan hermoso y sonreír?"
Es un pecado, lo sigo pensando.
La noche se hizo tan corta y
salimos volando,
a encontrarnos cada cual con su siguiente destino.
Un abrazo demasiado corto,
lo sigo sintiendo.
Algo hizo falta sin duda,
pero algo cambió.
Soy creyente de nuevo y
esta luz tiene su nombre.