Todo se hizo evidente.
Pasó la fiebre, el ardor, el entusiasmo...
el efecto del enamoramiento
y las ilusiones.
Así despertaste un día,
sobrio de amor.
Una mañana te viste enredado
en mi mundo,
entre plantas, maullidos,
ruidos ajenos y molestos,
entre mis humores variantes,
entre sábanas
extrañando otros tiempos y otros aromas.
Atrapado entre mis redes
y mis peticiones,
que para mi eran caricias, cercanía
y unas ganas inmensas de complicidad.
Asfixiado y con resaca de mí
escapaste como cobarde,
como si el diablo te regalara tiempo
y una mejor oferta de cariño.
Una traición no anunciada.
Una huida brusca.
Y a pesar que la resaca de vos,
me duró semanas y meses
que se sintieron como siglos
en tempestad,
hoy te agradezco el espacio libre en mi cama.
Extiendo las manos,
acaricio mis mejillas y labios,
regando la sequía.
Me regalo los abrazos
que ya no sentías darme
y me digo los buenos días,
que te cansaste de pronunciar.
Canto, juego y beso los maullidos,
me levanto,
y me enredo en mi mundo.
Me pierdo por horas
y te agradezco de nuevo.
Porque sin ti hoy no sabría
la inmensidad del amor que me habita
y mi capacidad de dar,
porque sin toda esta ausencia
no amaría cada centímetro de mi cuerpo,
no encendería todas las luces
sin temor a encontrarme.
He habitado tu ausencia,
con mis defectos,
con mi oscuridad y mi fuego.
Se ha transformado en una hermosa plegaria
para mi corazón.
Le he pedido esta vez,
que la próxima borrachera de amor,
dure más
y un poco menos la resaca.