Esos estímulos
que nos mueven a realizar imposibles, a vencer temores y barreras, a despertar
una mañana y la siguiente y la que sigue… para cumplir un reto que nos hará al
final sonreír. Van de todos los colores
y sabores, y vienen de todos los mundos a ofrecerse para darnos esa
satisfacción, para inyectarnos de pasión.
Cuando empecé corriendo
hace ya casi 6 años, lo hice con la intención de perder peso. Era una misión
imposible, correr 1k., caminar otro y así, a los meses corría de 3 a 4k. sin
parar. Yo era sumamente feliz con mi logro. Y entre corriendo y caminando,
cuatro veces por semana, un día finalmente logré llegar a los 8k. Ya por esas
fechas se acercaba la San Silvestre y mi amigo Juan Pablo, me invitó a correrla.
Al principio me negué. Hoy que veo atrás sé que fue mi temor a lo desconocido,
a no encajar en ese perfil de “runner”
que según yo existía. ¡Qué bien que al final me convenció! Y con mi playera
negra de Pink Floyd, audífonos y toda la ilusión me aventé mis primeros 10k de
la vida, aquella última tarde del 2012. Gozando como nunca la experiencia de
correr con una tribu que vibraba por el mismo motivo. Así empezó mi amor incondicional
a la adrenalina de carreras.
Desde ese momento,
logré una constancia que nunca antes tuve en mi vida con nada. Sentía que vivía
en un mundo pararelo. De pronto allí estaba
yo, celebrando mi cumpleaños de la manera más inusual para mí. Un domingo
tempranito (y no de goma) corriendo mi primera media maratón, hasta la fecha mi
favorita, Cobán. Allí en medio de las
porras del público, de la música, de los dulces, regaderazos, sonrisas,
llovizna, sol chispeante… y en medio de un montón de desconocidos, me sentí tan
propia respirando al unísono, descubriendo en cada paso lo hermoso que estaba
viviendo, al poder celebrar la vida latiendo y compartiendo con otros latidos. Le
estaba enseñando a mi corazón que podía latir de otras maneras y sentirse igual
inmensamente feliz.
Y cada año
esta celebración es la más especial, pero también cada año ha sido distinta. Me
ha tocado estar enamorada y con novio, recién separada, de luto, con el apoyo
de mi familia, alegre y en compañía de amigos, con trabajo y sin trabajo,
saliendo de una enfermedad, ligera pero también con unas libras de más, sin
entreno y sobreentrenada, bien hidratada y deshidratada, con el año resuelto y en
proceso de cambios, con pelo corto, largo y de colores, triste, emocionada,
desanimada… y también como este año, en solitario. Todo absolutamente todo
afecta el resultado y el recorrido. El éxito verdaderamente está en disfrutarla
con todo lo que trae.
Solamente algo
no ha variado cada año. Me sigue gustando correr con música y la selección del
playlist nunca me ha fallado. Eso, y la emoción y ansiedad que genera esa
adrenalina desde que empiezo a vestirme y a ponerme los tenis para salir.
Cuando me
preguntan, qué se siente, cómo te fue, cómo estuvo, cuánto tiempo hiciste, es
difícil para mí expresarlo a quienes no lo han vivido en carne propia.
Correr para mí
es un respiro, ha sido mi salvavidas y mi amuleto de vida. Correr a mí me ha
mostrado otras realidades. Me ha instruido en el arte del latido. Es ese
momento en que me desconecto y me reconecto. Me ha librado de la depresión y la
nostalgia, de la rabia, del enojo y de la frustración. Y me ha transformado en
una persona más amable y tolerante, menos prejuiciosa. ¿Quién lo diría, no? Y
sí, sigue siendo mi fiesta privada con música a todo volumen, donde puedo
cantar y llorar si quiero, si lo necesito. Correr es mi transformador de
lágrimas en sudor y sonrisas. Y no hay una mejor forma para mí de explicarlo.
Desde antes de
empezar, cuando vas corriendo, al terminar… si observás bien, si lográs
quitarte ese prejuicio del “perfil runner”
y ponerte en los zapatos del otro, desde el runner con pancita hasta el viejito
setentero, desde el chico élite súper pro hasta el full tecnología, el idealista
que corre por salvar el mundo y el que corre por sus muertos… te das cuenta que
no existe ese tal estereotipo. Todos tienen una motivación distinta y eso es lo
hermoso. Sin importar edad, peso, nivel socioeconómico, estado civil, tiempo de carrera, outfit,
etc.
Este año en
Cobán, al final ya haciendo cola para recibir la medalla, una señora pequeñita de casi
75 años me dice con una enorme sonrisa “esta
carrera es mi botox natural, me rejuvenece por lo menos 10 años cada año y la
sufro, pero ¡mire! acá estoy otra vez, feliz porque logré hacer 3 horas. Ahorro
todo el año para venir y este es mi regalo por tanto trabajar”.